Ya es tema de debate en territorio catalán el particular celo con el que se investiga el entorno social y las actividades de las personas que circulan con atuendos típicos como burka o niqab. Ya no alcanza a los extremistas de la identidad catalana —que no escapa al perfil conservador que caracteriza a cualquier reivindicación mono-culturalista— el hecho de reforzar las diferencias que tienen con el resto de la sociedad ibérica, que ahora tampoco quieren demasiada intrusión de corrientes culturales que incorporan el ocultamiento del rostro.
Caer en la segregación basada en cualquiera de los aspectos que la Carta de los DDHH consagra como derechos individuales inalienables no parece frenar a estos autodidactas de la polémica. Bajo la excusa de que “si lleva burka, en algo (malo) andará”, esa persona puede ser vigilada e investigada aduciendo posibles conexiones con posiciones salafistas. Es decir, otra generalización que sirve para confundir al personal local, temeroso de perder su “pobreza consolidada” en un sistema que le promete protegerlo a cambio de callar ante los crímenes de guante blanco de su Govern.
El salafismo es el equivalente, para los católicos, de una corriente dogmática, que abraza el mensaje original de su Fe e intenta practicarlo y difundirlo. Otra cosa son los yihadistas (para el caso, los salafistas yihadistas) que sí aplican métodos violentos y con fines terroristas con tal de imponer sus creencias.
En este sentido, las autoridades catalanas vuelven a mear fuera del tarro ya que no pueden vender un mensaje de sociedad pluralista y abierta, mientras aleccionan a su policía para invadir la intimidad de determinados ciudadanos por profesar otra religión (que es lo único que dice su vestimenta). Dado que el Consejo de Europa aprobó en su momento una resolución en la que rechazaba que los Estados prohibieran “de forma general” el uso del velo integral, la solución parece ser la de discriminar mediante la investigación inducida por el aspecto más que por el comportamiento.

Llegados a este punto, si bien es plausible que haya más yihadistas entre las personas que se visten de determinada manera, no es menos cierto entonces que pueda haber más filo-nazis entre quienes defienden una cierta uniformidad en lo religioso, lo étnico o lo lingüístico.
Hasta ERC dejó huella con su abstención al votarse la medida porque si te abstienes, tampoco te opones. Y todo forma parte del proyecto que el Conseller de Interior, Ramón Espadaler, espera se sancione como Ley del espacio público, que regularía entre otras cosas la indumentaria aceptada en la vía pública, etc.
Espadaler, originario de Vic, el laboratorio conservador de los catalanistas que registra más de un incidente con tintes xenofóbicos, se muestra sin embargo más cauto en cuanto al mensaje de cabecera de las concentraciones de la próxima Diada (11-sept). “Independencia para cambiarlo todo” le parece un poco fuerte a Espadaler, que estará ocupado gestionando la seguridad en las calles.
Pero no le parece fuerte decirle a sus Mossos que hurguen en la vida de ciudadanos que se visten como indica su religión. Mucho por hacer le queda a los líderes del catalanismo para convencer al personal de lo abiertos que son. O será de nuevo un “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. • 8/13
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